domingo, 26 de junio de 2011

Microrrelatos III

Desde El Somni de Cortazar, lanzamos una propuesta para nuestro programa Nº18 (www.elsomnidecortazar.com) invitamos a nuestros oyentes a enviarnos microrrelatos a un programa que trataría ese tema. Roberto Jusmet, lector y colaborador de nuestro blog, se ha animado con uno y lo cede a la lectura y la crítica de la red. Muchas gracias.



EL CANDELABRO DE PLATA


Aunque el notario le dijo que su fallecido marido le había dejado todos sus bienes, el mundo se le vino encima cuando se enteró de que el candelabro de plata se lo había donado a la sirvienta. “Pero ¿por qué?, balbuceó. ¿Por qué?” Estrenamos juntos el candelabro la noche de bodas. Lo fuimos sacando con amor cada aniversario, como si de un rito se tratase. Llegó a ser el símbolo de nuestro amor. Entonces ¿por qué? ¿Por qué ha hecho esto? ¿Por qué ha sembrado esta sospecha en mi corazón?”
Supo, con dolor, que jamás podría saberlo.


Roberto Jusmet Cassi

jueves, 2 de junio de 2011

Microrrelato II

Desde El Somni de Cortazar, lanzamos una propuesta para nuestro programa Nº18 (www.elsomnidecortazar.com) invitamos a nuestros oyentes a enviarnos microrrelatos a un programa que trataría ese tema. Aquí iremos dejando la muestra de lo que recibimos, quieres saber nuestra opinión sobre ellos, puedes oirla en la web de la radio y además podrás dejarnos la tuya. El segundo...

DOS CERVEZAS

"¿Sabes?" dijo manoseándose el bajo de la minifalda "estas cervezas que llevamos... no son el camino de baldosas amarillas a mi cama"
Él contempló los vasos diezmados, toda una sucia mesa de bar abarrotada de soldados caídos, yelmos llenos de espumoso despojo y heces desbravadas y templadas. La miró a ella. Esgrimía esa sonrisa que no se gastaba nunca. Frunció el ceño, tratando de ajustar en su nubosa cabeza la balanza donde oscilaban la sorprendente revelación y el siguiente comentario ingenioso de los que llevaba repartiendo toda la noche, como en una calculada partida de cartas. Resopló para ganar tiempo a la vez que ella se mordía la uña del pulgar con delectación, un gesto tan irritante que seguramente lo había estudiado durante horas ante un espejo. Algo afectado, sin molestarse en ocultar su interés en los nuevos centímetros de media que asomaban impúdicos, solo acertó a pensar en una larga barra de bar, con nuevas copas en perfecto estado de revista, dispuestas con el cariño y el celo de un delineante, proyectándose hacia el infinito. Se giró en su taburete, buscando al camarero, dispuesto a quemar todas sus naves y extendió un brazo y dos dedos sabiendo con tristeza que en el fondo, ella volvería a ganar esta batalla y que su gesto no era de victoria. Eran dos cervezas. "
Vicente Martínez

jueves, 5 de mayo de 2011

microrrelatos

Desde El Somni de Cortazar, lanzamos una propuesta para nuestro programa Nº18 (www.elsomnidecortazar.com) invitamos a nuestros oyentes a enviarnos microrrelatos a un programa que trataría ese tema. Aquí iremos dejando la muestra de lo que recibimos, quieres saber nuestra opinión sobre ellos, puedes oirla en la web de la radio y además podrás dejarnos la tuya. El Primero...


H.

Mientras agonizaba H. recordaba su vida, los años de militancia, su viaje buscando las condiciones objetivas, su ingreso a la resistencia, Lucía, la revolución, Lucía, sus hijos, el gobierno revolucionario, sus hijos, Lucía, su fé en el combate, la cara de su verdugo lejos de su tierra adoptiva. Recordó también que antes había sido otro hombre, otro H., seguramente en casa de su madre había alguna foto.


Esteban Jezú Barbaria

lunes, 4 de abril de 2011

Media Vuelta de Vida


“La ciudad como objeto”

“Cree el aldeano vanidoso que todo el mundo es su aldea…” José Martí




El color local, ese recurso tan recurrente y clásico en estos días, toma otro cariz cuando se trata de nuestra ciudad, nuestro entorno; y si además el papel, generalmente pasivo, relegado a una ubicación geográfica del lugar es determinante de la acción, es aún más valioso. En “Media Vuelta de Vida” Carlos Peramo, nos descubre un Sant Feliu muy suyo pero también muy real, pequeño, asfixiante y desolador, facilitador de esa idea de “ciudad pequeña, vida pequeña”.

Ángel Daldo es el protagonista de la novela, un personaje que va madurando junto con su devenir, aunque a veces (este puede ser el punto oscuro mas evidente de la obra) produce reflexiones que no parecen acordes con su accionar o su realidad, en ocasiones llega a conclusiones tan complejas que no parecen de un chaval de 21 años, sin estudios y con poca experiencia en la vida. A pesar de esto, ese desarrollo del protagonista en la historia es lo que empuja a continuar con la lectura, le otorga al texto ese ritmo constante de la rutina cotidiana. Lleva a la carga la pesada mochila del fracaso escolar, una relación familiar de una monotonía traumática y enfermiza y un preconcepto de la vida laboral que dificulta mucho sus relaciones. En el marco de esas realidades aparece en su vida Tanco Linares un ser algo oscuro, cuidador y encargado de mantenimiento del ladrillar donde vive y trabaja hace treinta años que oculta un atormentador pasado como verdugo del franquismo - aquí un breve paréntesis sobre este personaje, sin duda el más logrado de la novela, visble, patético, creíble, sencillo, Linares es en sí mismo el “efecto de realidad” que Peramo introduce para hablarnos de la sociedad post-franquista, de la España de la transición, de ese intermedio confuso y desorientado con muchos problemas por resolver y mucho por callar-. Linares es ese personaje fronterizo con un secreto muy guardado y una doble deuda con la vida. Conocer a este personaje le añade valor a la vida de Daldo y a la vez, a la novela.

Un gran trabajo de investigación sobre los vérdugos en España y las últimas ejecuciones duranrte el franquismo, con una extraordinaria descripción del uso del garrote vil y una ejecución escalofriante con este artilugio; sumado a ese color local tan logrado del que hablaba al comienzo le otorgan al texto el valor de realidad buscado que invitan a indagar sobre la verosimilitud de los hechos.

Una novela recomendable que, a pesar de no conformar con el final, algo “Happy end”, encuentra complicidad en el lector y despierta esa necesidad de busqueda y conocimiento de los peronajes.

lunes, 28 de febrero de 2011

POR FIN EN CASA

Esa noche, M. C. llegó muy tarde a casa. Anduvo como deshaciendo el mismo camino que con tanta minuciosidad había ido construyendo para su regreso del trabajo a su cama. Porque sabía que lo único que le esperaría en casa a parte del frío de su consciencia era el frío de su cama. Y porque sabía que esta sería su última noche en la ciudad. Siguió titubeando en la puerta del ascensor y subió por las escaleras. Abrió la puerta de su casa, se dirigió al baño, se miró al espejo y se preguntó: ¿por qué he llegado hasta aquí? Desde la omniscencia no se puede asegurar si realmente se hacía esa pregunta con una intención profunda, o si simplemente estaba tratando de dar significado a una decisión para la que todavía no había encontrado respuestas. A M.C. le gustaba perfumarse al llegar a casa. Abrió el segundo cajón del mueble del cuarto de baño, cogió la pistola y se llevó el cañón a la cabeza con el mismo gesto que noches anteriores se apuntaba con el perfume. Entre el frío de su consciencia y el frío del arma sintió como si una serpiente recorriese toda su columna hasta introducierse en la pistola. En ese momento tuvo miedo. Sabía que estaba cargada. Sin embargo no había ningún indicio de desesperación, impaciencia o arrepentimiento. Sólo seguía preguntándose frente al espejo ¿por qué? Apagó la luz y notó una voz cálida en su mente que provenía del espejo advirtiéndole: "¿Acaso eres tú este reflejo?" Como no supo qué responder, cerró los ojos, y de la misma manera que otras noches conducía el difusor del perfume hacia la sien y sentía un escalofrío que le indicaba que el día había terminado, esa noche apretó el gatillo de la pistola y no sintió nada.

Fran

este relato y otros de el Fran puedes leer en su blog LA HOGUERA. http://franrelatos.blogspot.com/

viernes, 4 de febrero de 2011

La Piel

Estuvo un rato largo paseando solo por las calles de la ciudad. Observó, con fastidio, que todos los transeúntes eran más jóvenes que él. El cielo, aquella mañana, era gris como el suelo que pisaba. Algo fatigado por la caminata, se sentó en un banco y ojeó el diario de la mañana. Un perro distraído descargó sus necesidades junto a sus zapatos. El hombre, como otras tantas veces, sacó de un bolsillo su vieja agenda, la abrió y, lentamente, se entretuvo repasando sus amarillentas hojas: “Lo mismo de siempre -se dijo- todos muertos y, los pocos que no…, adivina”. Aquella mañana se sentía más deprimido que de costumbre (llevaba cerca de diez años viviendo solo). Una fila de niños, asidos a una cuerda larga, desfilaron frente a él. Poco después, asombrado, vio como un turista, con el mayor descaro, le fotografiaba. El molesto zumbido de los vehículos le animó a levantarse del banco y regresar a su casa. Empezó a llover. Corriendo, con las manos en la cabeza a manera de paraguas, cruzó la calle y se refugió en la Biblioteca Municipal. Para hacer tiempo, de entre las muchas estanterías, cogió un libro al azar. El libro era de poesía. El autor, Iván Tubau. Lo abrió por una página y leyó: “Cuán terrible la vida/ de un hombre cuya piel/ nadie toca jamás”.
El poema le impresionó. Se quedó, durante un rato largo, incómodo, pensativo. “Es mi caso” se dijo con pena y quizá también con cierta vergüenza. Cuando la lluvia paró, salió a la calle. No tenía ganas de volver a casa. Siguió caminando con la amarga desazón que le había producido la lectura de aquel poema. Comió en un bar. Más tarde siguió de nuevo deambulando por las calles hasta que, al fin, decidido, entró en una tienda. Estuvo en ella como diez minutos. Salió con un paquete bajo el brazo de proporciones medianas y se encaminó hacia su casa. En el vestíbulo unos jóvenes reían. Miró el buzón. No había nada. Una vez en el piso tuvo que cerrar las ventanas. La música estridente del vecino de enfrente invadía la estancia. Descolgó el teléfono. Ninguna llamada perdida. Trasladó el paquete que había comprado al dormitorio, le quitó el papel que lo envolvía y abrió la caja. Extrajo de ella su contenido, lo montó debidamente y lo dejó apoyado en una pared de la habitación. La tarde se le pasó rápida viendo la televisión, aunque su mente, inconscientemente, rememoraba insistente el texto del poema que había leído. Decidió acostarse. Se estiró en la cama al tiempo que enchufaba el objeto que había comprado y, entonces, la muñeca de plástico, diligente, empezó a acariciarle la espalda una y otra vez, muchas veces, sin cansarse nunca.
A través del cristal de la ventana se podía oír la lluvia.

Roberto Jusmet Cassi